jueves, 13 de septiembre de 2007

El cerebro puede recuperarse del daño del alcoholismo







El consumo abusivo de alcohol produce un daño en las neuronas, sin embargo de acuerdo a una investigación reciente de científicos alemanes el daño no es irreversible y el cerebro se puede recuperar, siempre y cuando se deje de beber. También depende de los años de consumo de alcohol y de la profundidad de la adicción.


Al final, el cerebro se recupera tras un shock alcohólico

Con el paso de los años, el consumo excesivo y constante de bebidas alcohólicas produce serios daños en la estructura cerebral cuyas células van dañándose progresivamente. Se necesitan, entonces, cerca de siete años para que el cerebro empiece a reparar las neuronas arruinadas por el exceso de alcohol.

Un grupo de investigadores de la Universidad de Wuerzburg en Alemania, al abandonar el alcohol, y en caso que el deterioro producido no sea significativo, las células del cerebro pueden reparar el daño.

Pero la primera condición a cumplir para poder recuperarse es dejar de tomar lo más rápido posible porque, cuánto más se prolonga el consumo, más difícil resulta reparar el daño.

Primer escalón

“El mensaje a destacar es que, aun para los alcohólicos, la abstinencia es siempre una buena opción porque permite que el cerebro pueda recuperarse y empiece a funcionar mejor”, destacó el doctor Andreas Bartsch, de la institución encargada del estudio.

Consultado por Pro-Salud News, el doctor Alejandro Andersson, médico neurólogo, director médico del Instituto de Neurología de Buenos Aires (INBA), expresó: “El alcohol provoca daños tanto en el sistema nervioso central como en el periférico, comprometiendo a medida que pasa el tiempo, la memoria y la concentración entre otras funciones. También suele presentarse una sensación de hormigueo en los miembros superiores e inferiores, y la disminución de la sensibilidad y de la fuerza. Cuando el consumo excede los cien gramos diarios durante un tiempo prolongado, la recuperación se dificulta y comienza a depender del grado de complicaciones que cada persona tenga”.

En este sentido, el especialista indicó que en determinados casos revertir totalmente un cuadro es imposible. “Si una persona tiene una atrofia cerebral producida por el alcohol, lo más probable es que le queden secuelas y el cuadro no pueda revertirse completamente. Por otro lado, debemos contemplar que, si se trata de personas añosas, el cerebro debe, además sobrellevar el paso del tiempo”.

La investigación

Durante aproximadamente ocho semanas, el equipo encabezado por el doctor Bartsch, que estuvo conformado por investigadores de Alemania, Inglaterra, Suiza e Italia recopiló datos de hombres y mujeres con un elevado consumo de bebidas alcohólicas con el objetivo de medir el volumen, la forma y la función de sus cerebros.

Luego de que los participantes dejaran el alcohol sin recurrir a medicamentos, y lograran mantenerse sobrios por siete semanas, estos valores se tomaron nuevamente para poder comparar los parámetros y determinar hasta qué punto dejar de tomar influye en la recuperación de las funciones cerebrales deterioradas.

Mediante la utilización de diversas técnicas de escaneo, los profesionales pudieron determinar que luego de 38 días sin tomar alcohol, el volumen del cerebro creció alrededor del dos por ciento.

En este sentido, de acuerdo con las conclusiones de la experiencia que forman parte de la reciente edición de la publicación Brain, un solo paciente – que contaba con muchos años de dependencia – presentó el cerebro visiblemente reducido.

Resultados favorables

De acuerdo con los investigadores, luego de dejar de tomar, y más allá de los cambios producidos en la forma del cerebro, los participantes en la investigación presentaron una mayor capacidad de concentración, mejoras en el manejo del lenguaje, mayor dominio del cuerpo y un incremento del estado general de salud.

“Desde hace aproximadamente ocho mil años, el hombre ha aprendido a fabricar diversos tipos de alcohol, una sustancia adictiva que genera dependencia y produce la muerte de las neuronas. Aunque en algunos casos es posible recuperarse de los daños, eso depende de múltiples factores. No obstante, para obtener resultados lo más importante es dejar de tomar en exceso. Eso siempre resulta positivo a la hora de evaluar una condición. De ahí que las nuevas tendencias farmacológicas se orienten al desarrollo de drogas ‘anticraving’ que permitan disminuir el deseo compulsivo de consumir alcohol”, postuló el doctor Andersson.

“Aunque numerosos estudios señalan que el consumo excesivo de alcohol daña las células inhibiendo su capacidad de reproducción, esta investigación demuestra que el cerebro humano posee una increíble capacidad de recuperación pues luego de dejar de tomar, todos los pacientes demostraron tener un alto nivel de actividad de los químicos relacionados con la función de las células cerebrales”, concluyó el doctor Andreas Bartsch.

Fuente: Pro-Salud News"

EFECTOS DEL ALCOHOL EN EL CEREBRO

Impresionante animación sobre los efectos del alcohol y otras drogas en el cerebro. Es para pensarselo...


Drugs in de hersenen

miércoles, 8 de agosto de 2007

¿Cómo entender el alcoholismo?

Es tremendamente difícil tratar de comprender, desde fuera, los pensamientos de una persona enferma de alcoholismo. Prefiere, en su delirio, perder todo lo bueno que hay en su vida, antes que dejar de beber;se diría que, para ellos, lo único bueno, lo único importante es la copa, la anestesia (como él lo llama), la pérdida de control y la alienación de su mente, bajo los "dulces" efectos de la droga.

Trasncribo aqui, como muestra, fragmentos de cartas y las respuestas, para poder entender la alienación mental que sufre un enfermo...

PENSAMIENTOS

Pensamientos:
La vida solo se vive una vez. Me entristece, sabiendo lo que sientes por mi, Después de haber vivido juntos todo lo que hemos vivido, que toda tu idea de vivir sea estar en el bar y beber y beber. Entiendo que desees estar con tu familia, pero… ¡hay tantas cosas hermosas que disfrutar en la vida! Tantas cosas bonitas hemos vivido juntos: el teatro, el cine, la poesía, leer, pasear por el campo, correr, como dos niños inocentes, bañarnos en el pozo, hacer el amor bajo las estrellas, y … viajar, conocer otros lugares, otras gentes, otras culturas, ir perdidos y sin rumbo con la moto, una buena conversación, los amigos “de verdad”, los que te respetan, las tradiciones, las costumbres sanas, la salud……. Todo ello es alimento para el alma (no la “cárcel cerrada y limitada, vacía, del bar). Aunque también, de vez en cuando, unas charlas sencillas, sin mas, sirven para relajarse; pero no a diario, no eso solo, no bebiendo hasta perder la esencia de uno mismo.
El alma necesita alimento para vivir, para crecer; si no se lo damos, se muere. Lo mismo que el cuerpo, que necesita alimentos sanos, ejercicio, limpieza, etc., no venenos (como el alcohol o las drogas), porque sino, se pudre, se atrofia, se enferma; y el alma se enferma también, se envilece y “muere”.
Por eso los filósofos han dicho: “Mente sana en cuerpo sano”, es decir, ambas equilibradas. Esa es la mejor manera de ser feliz, de tener paz interior, estar en perfecto equilibrio consigo mismo, eso también significa, amor mío, amarse, quererse uno mismo, respetarse como persona, como ser humano. Esta mas que demostrado que si uno no se respeta y se ama, no puede amar ni respetar a nadie.
Yo soy lo que pienso que soy”, es decir, que si pienso que no valgo para nada, es verdad, si pienso que no seré capaz de conseguir un objetivo que me proponga en la vida, no lo seré.
La buena noticia es que los pensamientos los puedo cambiar (con ayuda y terapia de un profesional), si yo quiero.

He llegado a la conclusión de que nuestro amor siempre será un amor romántico, ideal, platónico, a pesar de que seamos almas gemelas, porque tu no estás preparado (y lo peor, no deseas estarlo, no deseas cambiar) para vivirlo, para hacer que sea real, auténtico, verdadero, tangible, vital (aún resuenan en mis oídos tus palabras: MI VIDA, ahora entiendo por qué las repetías tanto), sin importarte NADA lo que piensen los demás, incluida tu familia.
No quieres crecer, madurar, bajar de las nubes y vivir la realidad del aquí y ahora, de lo que SIENTES en tu corazón, que es ese amor tan profundo; no quieres el sacrificio que implica vivir nuestro amor en plenitud, ante todos, y a pesar de todos, porque eso implica trabajo personal y tu no estas dispuesto a hacerlo; prefieres abandonarte a la bebida, entregarte a los brazos de “Baco”, antes que a los del gran amor de tu vida, la mujer que siempre soñaste, “tu rostro soñado”,decías, la persona que más quieres en este mundo, después de tus hijos (según tus propias palabras).
Esa actitud tuya de abandono, de derrotismo, me rompe el corazón, porque me siento impotente de ayudarte a VIVIR, A SER FELIZ, mi amor.
Te has abandonado al alcohol esa es la razón más poderosa por la que permaneces ahí, aunque tu te sigas engañando a ti mismo, diciendo cosas como que debes cuidar a tu familia (la prueba es que el día que te pregunté si volverías si yo te permitía seguir bebiendo, dijiste: “que buena eres”).
No tienes un verdadero motivo para estar ahí, porque a ellos les puedes ayudar desde otro lugar; unas veces dices que es ella, la madre, otras tu miedo (un día me dijiste que estabas pensando dejarlo todo para volver conmigo), otras veces son tus hijos , otras tu, que “los necesitas”, como si estando conmigo fueras a perderlos!. Te niegas rotundamente a aceptar que el motivo más poderoso es QUE AHÍ PUEDES SEGUIR BEBIENDO.


El verdadero amor, el amor ideal, el amor del alma, es el que solo desea la felicidad de la persona amada, sin exigirle, a cambio, la muestra.
J. Benavente

Todo hombre de bien, si se siente responsable de su familia, debe cuidar de ellos, mantenerlos, que no les falte de nada, aunque él se tenga que privar de caprichos y gastos superfluos. Lo primero son las necesidades básicas, después los caprichos.
Pero, cuando esos “caprichos” se convierten, por la propia enfermedad en necesidades, entonces la única solución, si se quiere seguir al lado de la familia, ayudando de verdad, es acudir en busca de ayuda profesional, que le ayude a uno mismo a salir del pozo de la enfermedad, para poder recuperarse y estar bien. Tu ya lo has intentado solo muchísimas veces y no has podido. Por eso te pido que seas humilde y reconozcas que necesitas ayuda profesional, y la busques, cueste lo que cueste.
No se puede ayudar a nadie si uno mismo es quien necesita ayuda, si uno esta tan enfermo que no es capaz de ver su problema, no se puede ayudar a nadie a ser feliz, si uno mismo no lo es. CURATE TU, admite que tu estás enfermo y cúrate, y luego estarás en condiciones de ayudar a tu hijo a curarse, a ser feliz. No puedes dar lo que no tienes. ¿Cómo vas a ayudar así a tu hijo? ¿Cómo vas a darle ejemplo de fortaleza, de constancia, de ser capaz de salir de las drogas, si tu mismo te drogas a diario? ¿Cómo puedes engañarte (porque a nadie más engañas, todos los demás sabemos perfectamente lo que te pasa) de esa manera, haciéndote creer a ti mismo que no estás tan mal, que no te pasa nada? Estás hinchado, abotargado, de tanto alcohol que tienes dentro de tu cuerpo. ¿Es que no te ves, no te miras al espejo cada día?
Quiero que sepas, mi amor, que NUNCA ME VOY A DAR POR VENCIDA (yo también “por donde meto la cabeza saco el cuerpo), a no ser que tu, mi amado, no el otro en el que a veces, cuando bebes, te conviertes, mirándome a los ojos (que no mienten), me digas que no me amas, que no quieres volver a verme y que no quieres saber más de mi.
No voy a quedarme cruzada de brazos, sin hacer nada, viendo cómo te autodestruyes, como te suicidas lentamente; cómo se va perdiendo poco a poco, en el pozo del olvido donde va cayendo tu alma, ese SER HUMANO MARAVILLOSO en el que has dejado de creer, ese hombre que tan bien conozco y que tanto amo; ese ser FANTÁSTICO que las personas de tu entorno y esa maldita droga con la que convives, de la que dependes, se han encargado de hacer que odies, pero que yo tanto AMO.
No me voy a rendir NUNCA, mi vida, aunque tu lo hagas.
Me va la vida en ello. Eres mi razón para seguir adelante. El día que no me merezca la pena luchar por ti, desear tu felicidad y tu salud, querer y trabajar por que estés bien, ese día, mi amor, no tendré razones para seguir viviendo.

Respuesta...
gracias mi vida por ese correo, pensamientos llamado y muy sentido por ti, me ha gustado mucho ya estoy intentando beber menos y despues de ss voy a quitarme y si fallo buscare ayuda del profesional estoy viviendo un falso orgullo y abandono total sobre mi y llevas muncha razon...

la verdad es que no se decirte nada, estoy saturado del todo bloqueado, impotente, en todo de mente y fisicamente, me he puesto munchas fechas para quitarme del alcohol ahora me he puesto otra que es despues de ss por mi y por mi hijo que parece que va sabiendo lo que quiere, voy a intentarlo de nuevo...

Promesas, propuestas, propósitos que no se cumplen, buenas intenciones, que no pasan de eso...
Dios mío, pero ¡Que pasa por la mente de un enfermo para renuciar, de esa manera a estar bien y preferir elegir ese pozo sin fondo de seguir consumiendo?

Y cuando se siente atrapado, obligado, presionado a ponerse en tratamiento, cuando recibe el ultimatum: " o lo dejas o me voy"...

Cariño, eres libre, se que me voy ha arrepentir el resto de mi vida ,si soy un COBARDE de no querer buscar mi felicidad personal autentica para así , hacer felices a los demás, soy un amargado de la vida, mi existencia ha sido siempre desgraciada excepto el nacimiento de mis hijos y el haberte conocido, eso lo tengo tan dentro de mi, que no puedo cambiar, lo he intentado muchas veces, he tenido la mayor oportunidad contigo de haberlo hecho, eres una persona que muchísimos hombres desearían para compartir su vida y yo lo voy a despreciar? ves mi inteligencia?,la verdad es que te amo, que se amar, pero no puedo deshacerme de mis lazos, sí se que mi mente esta enferma que soy alcohólico pero no puedo, no puedo, lo siento VIDA, estoy tan dañado que ya no puedo ni llorar....

No hay palabras para describir la frustración que eso provoca

miércoles, 25 de julio de 2007

CONSEJOS Y ORIENTACIONES PARA COMPRENDER AL ENFERMO ALCOHOLICO




POR EL

Dr. EMILIO BOGANI MIQUEL

Jefe del Servicio Antialcohólico del Hospital Psiquiátrico Provincial de Valencia



¿Quién es alcohólico?

Cuántas veces hemos oído la frase siguiente: «Ojalá esto lo hubiera sabido unos años antes...». Así sintetizan muchos alcohólicos su pensamiento al iniciar la rehabilitación.

El alcohólico es un ser muy complejo. Por así decirlo, su pensamiento no tiene nada que ver con el de una persona normal. No quiero decir con ello que sea mejor ni peor, pero sí que es fundamental, para poder comprenderle, aceptar que es distinto.

Un alcohólico antes de empezar a depender de la bebida, antes de necesitarla, y un alcohólico rehabilitado, es decir, que no bebe, es prácticamente un hombre normal. Su pensamiento es similar en sus reacciones y conclusiones al de cualquiera de nosotros, y por ello se puede establecer un diálogo constructivo y normal con él. Pero, en cambio, pretender que un hombre bebido o sumergido en la neblina de su alcoholismo sea capaz de esta actitud normal es ignorar la realidad que se tiene enfrente.

Si en alguna ocasión, sin llegar a la embriaguez, han ingerido ustedes una dosis suficiente de alcohol, habrán notado que algo en su interior ha cambiado. Este cambio es fruto de la acción del alcohol sobre el sistema nervioso, sobre la personalidad. El alcohólico está sometido a esta presión extraña a él de una manera continuada. Ya no es él mismo. Su conducta y sus reacciones no son las deseadas y previsibles. La manera de tratarle no puede ser, por tanto, «normal».

Intentemos ver a grandes rasgos qué pasa en el interior del enfermo, elaboremos un retrato robot del alcohólico tipo: cuando el individuo pierde su dominio sobre la bebida, cuando la necesita, no por ello deja de percibir que está bebiendo en exceso. Se da cuenta de que a la mañana siguiente tiene malestar y desánimo; entonces hace un sinfín de buenos propósitos y desea sinceramente rectificar, pero como tome uno o dos vasos para calmar la ansiedad de la resaca, de nuevo pierde el dominio sobre sí mismo y con ello todas las buenas intenciones se evaporan y se olvidan. Este ciclo se repite indefinidamente.

Es imposible que su personalidad pueda resistir la evidencia repetida de su propia incapacidad, de su falta de voluntad. Por ello, para sentirse menos incómodo frente a si mismo, sin darse cuenta empieza a justificarse sistemáticamente. Ya no atribuye las molestias de la mañana a la bebida -su culpa-, sino a cualquier otra cosa.

En este sentido, le es más fácil vivir en paz consigo mismo, proyectando en los demás la responsabilidad de lo que ocurre. y, evidentemente, el trabajo y la familia, por ser los dos elementos con los que convive más íntimamente, serán los primeros blancos hacia los que dirigirá los dardos de su critica autojustificativa. Esta necesidad complaciente para consigo mismo le convierte en un simulador y, por tanto, la objetividad y el buen juicio se alejarán de su raciocinio habitual. Llegado a esta fase, es más fácil permanecer en la niebla del alcohol que soportar las resonancias de la propia conciencia.

A la larga deja de ejercitar su voluntad y ésta, por el desuso, se atrofia. Hay otro aspecto muy característico de estos enfermos: la irritabilidad. La desazón interna hace que el alcohólico, inadaptado y en continua contradicción, necesite culpar a los demás de lo que realmente va mal en él mismo y por él mismo. Cualquier llamada a su conciencia le replantea algo de lo que él ya se ha habituado a prescindir. Incapaz ya de un juicio claro y una respuesta adecuada, se sale por la tangente de la manera más sencilla, es decir, culpando a los demás.

Su ánimo es también inconsciente y pasa con suma facilidad de una alegría tosca, ruidosa y sin ingenio a una lacrimosidad sentimentaloide. Creemos que este esquema es suficiente para entender cómo progresivamente el enfermo va alejándose de su personalidad normal, cómo va declinando moralmente, cómo va perdiendo la voluntad. En el momento en que se siente hundido y ya sin fuerza para enderezarse aparta de su mente toda idea de posible curación y se deja arrastrar por la corriente con una actitud de indiferente autodestrucción.

Ni que decir tiene que todo este proceso no se establece en unas semanas: requiere años de evolución.

Situación de la esposa frente al alcohólico.

Encabezamos así este apartado por ser la esposa, en líneas generales, la que se enfrenta con el enfermo; pero estos consejos generales pueden ser válidos también para los padres, hermanos y amigos.

Si aceptamos que el alcoholismo es una enfermedad, como tal hay que tratarla. Dicho de otra forma: carece de utilidad la buena voluntad que no esté adecuadamente encauzada. En el transcurso de los años, muchas enfermedades que fueron «vergonzosas» han dejado de serlo: enfermedades venéreas, lepra, tuberculosis, enfermedades mentales, se ocultaban sistemáticamente.

Cuando la evolución de la medicina empezó a facilitar su curación, este carácter vergonzoso y, por tanto, oculto comenzó a desaparecer. Actualmente, el alcohólico es considerado como un golfo, un perdido y un vicioso. Médicamente esto es inadmisible, y prueba de ello es que, tratados adecuadamente, muchos alcohólicos dejan de serlo. Así, pues, consideramos necesario para ayudar a un paciente alcohólico admitir esta premisa.

En segundo lugar, el deseo de ayuda ha de ser profundamente sincero y va a exigir muchos esfuerzos sobreañadidos al derroche de paciencia y buena voluntad que ya se ha hecho. En tercer lugar, es preciso un cambio en la actitud observada hasta entonces sin resultados.

Cuando en una familia hay un enfermo alcohólico, su enfermedad se extiende imperceptiblemente a todos sus miembros. Aunque de una manera diferente, la esposa, hijos, etc., también están enfermos. No se puede vivir en continuo desasosiego e inquietud, con la inseguridad económica, con el temor del regreso a casa del marido ebrio, y al mismo tiempo conservar toda la serenidad y claridad de juicio. Y como una persona enferma del sistema nervioso, desequilibrada, difícilmente puede ayudar a otro enfermo, lo primero que debe pretenderse es una reconsideración de la propia circunstancia que facilite un equilibrio armónico de los miembros de la familia del alcohólico.

Ya sé lo que muchos de ustedes pensarán: que es muy fácil dar consejos, pero muy difícil convivir con un alcohólico. Lo sé. Pero también sé que los consejos que siguen están fundamentados en una dilatada experiencia, y es esto lo que brindo. A veces no han sabido ustedes cómo actuar; queriendo ayudar, no han visto claramente cómo podrían hacerlo. Hubieran deseado poder comentar con alguien su caso, recibir una orientación. Contestar a estas dudas es el fin primordial de este folleto.

Lo que debe usted hacer.

Acuda a los centros existentes en el país especializados en este difícil empeño antialcohólico:

a) Asociación de ex-alcohólicos.
b) Dispensarios antialcohólicos.
c) Alcohólicos anónimos.
d) Centros psiquiátricos.
e) Médicos psiquiatras.
f) Asistentes sociales.
g) Familiares de alcohólicos curados.

Exponga en ellos su situación e indudablemente sacara usted consejos provechosos de utilidad inmediata.

Piense en todo momento que si usted se siente desgraciada por el drama familiar que la aqueja como consecuencia de la enfermedad de su marido, muy posiblemente él también es desgraciado, e incluso es posible que mas que nadie. Probablemente su marido la haya decepcionado. No corresponde su realidad a las ilusiones que usted se había hecho. No es su «príncipe azul». Debe usted aceptar la realidad, pues intentando convertirlo en el hombre que usted cree que debía ser no obtendrá nada positivo.

Pese a todas las limitaciones impuestas por el alcohol en la personalidad del enfermo quedan pequeñas parcelas de su personalidad aprovechables. Intente estimular discretamente esos valores que aún permanecen sanos. Comente con él las determinaciones que esta dispuesta a tomar. Hágale ver que, a pesar de todo, él sigue siendo consultado y escuchado. Déjele tomar poco a poco iniciativas. No de pronto, pues tal vez no tolere tanta carga.

Trátele con cariño, un poco maternalmente, como a un niño inmaduro, pero procurando que él no perciba su afán de ayudarle para evitar las reacciones de rechazo.

Hágale sentir que, a pesar de todo, usted le necesita. Realmente suele ser así, pues de otro modo hace tiempo que hubiera usted prescindido de él.

La necesidad del alcohólico de justificarse le lleva, como usted muy bien sabe, a mentir con frecuencia. Procure no exhibir sus dudas sobre la veracidad de lo expuesto, y mucho menos ante terceras personas. IUna duda en el aire es menos tensa y mas eficaz que arrinconarle en su falsedad.

Procure reactivar en él todas las iniciativas que antes le interesaban. Intente incluso interesarle por nuevas actividades. Afectuosamente, y con un clima familiar sereno, conceda importancia a sus sugerencias e interésese por ellas. Aprenda ahora lo que tal vez debió hacer antes, es decir, aprenda cuáles son sus centros de interés, sus aficiones, sus gustos. Piense usted que muchas esposas -aunque no sea éste su caso- jamás supieron por qué el marido se encontraba mas a gusto en el bar que en casa. Con frecuencia, sus inquietudes y aficiones eran mas comprendidas por los compañeros de barra y vaso que por los suyos.

Los alcohólicos son muy susceptibles; se saben en falta, aunque no lo confiesen, y están en permanente inadaptación, como incómodos consigo mismos. Es preciso, por tanto, que su marido perciba en usted afecto y comprensión. Cualquier frase, gesto o acto que pongan de manifiesto su desequilibrio no le harán recapacitar, sino reaccionar a la defensiva acentuando su sentimiento de inadaptación.

Si es preciso que se someta a tratamiento piense que en determinados momentos él también lo desea, a la par que lo teme. Sea paciente y ayúdele a madurar esta idea, todavía en embrión, pero que en ningún momento sienta que su tratamiento o su hospitalización son impuestos, sino que, por el contrario, han sido adoptados por decisión propia.

Sé que todo lo antedicho en muchos casos se ha intentado ya sin éxito. Sé que no es fácil estar siempre alerta para cumplir todos los consejos. Pero piense que si actúa usted cariñosamente siempre y no olvida que su esposo es un enfermo, la tarea será mucho más sencilla.

Lo que no debe usted hacer.

No debe usted pensar que es un vicioso, pues realmente es un enfermo. Pero tampoco es, como usted piensa, un enfermo porque quiere, ya que dejando de beber sanaría. Precisamente su dolencia consiste en que no puede dejar de beber.

No debe usted desanimarse en su empeño por regenerarle. No debe usted claudicar pensando en que está cansada de luchar inútilmente. Con perseverancia y cariño, con esperanza y paciencia, su esposo puede llegar a ver claro un día y ser este el principio de su recuperación. No se recrimine a si misma por los errores cometidos por no haber sabido actuar adecuadamente. Piense usted que tan sólo es su esposa, no su psiquiatra.

Tampoco debe usted amenazarle. Sobre todo si las amenazas que usted expresa no piensa cumplirlas. Llegado el caso de que realmente no haya ya nada que hacer y que la violencia de su esposo constituya un autentico riesgo para usted y los suyos, debe determinarse sin retrocesos y obrar serenamente.

Los argumentos sentimentales tampoco conducen a resultados positivos. No le diga, pues: «Si me quisieras...», «Si pensaras en nosotros...». Como ya dije al principio, no deja de beber porque no puede, mas tal vez les quiera mucho.

No intente discutir. No se empeñe en que prevalezca su criterio. No se trata de un problema de averiguar o demostrar quién tiene razón, sino de demostrar con su serenidad que es capaz de ayudarle.

No se le ocurra protegerle frente a la bebida mediante la táctica, tan común como errónea, de vaciar la casa de botellas y recomendar a las gentes y lugares que frecuenta que no le sirvan alcohol. Ello le hará sentirse en ridículo, le indignará y sin lugar a dudas volverá a comprar bebida o irá a bares donde no le pongan trabas. Seria, pues, una pérdida de tiempo y de dinero.

Procure no hablar del tema alcohol si no inicia el la conversación. De ser así, muestre toda simpatía por los pequeños logros que le cuente; siga el curso de su diálogo, y si en algo no está usted de acuerdo, hágale ver que tal vez este equivocado, pese a lo cual puede siempre contar con usted para tratar de ayudarle.

No incurra en el error de beber con el pensando que así beberá menos. Lo más probable es que beba igual o más, y que si empezaba a disponerse a luchar por la abstinencia, su tolerancia le conceda un momento de respiro para proseguir en su actitud abúlica.

No tome demasiado en consideración sus celos infundidos: se los dicta la propia inseguridad en si mismo y los pequeños rechazos que percibe en usted misma.

No le distancie de sus hijos. Muchas veces, deseando ser compadecida y necesitando apoyo, intentará hacer causa común con ellos. Tal postura le dejaría a él más desvalido. Sus hijos deben aprender a través de usted a querer a su padre, pese a todo. Deben comprender que su violencia no es natural, sino fruto de la enfermedad, y que si entre todos consiguieran curarle seria tan bueno como cualquier padre.

No sienta celos si ve que atiende a los consejos del médico, siendo así que a usted nunca la escuchó. Si tuviera el tifus no estaría celosa del médico que le tratara. Recuerdo otra vez que su marido está enfermo.

Otro error grave es perseverar en el tratamiento a domicilio por temor al qué dirán. Los prejuicios nunca ayudaron a nadie.

Eluda el engaño. No puede usted llevarle al especialista diciéndole que van a visitar a un familiar. No puede llevarle al psiquiatra diciendo que van al dentista porque le duele a usted una muela. El engaño y la insinceridad tal vez sean utilizados reivindicativamente por él para eludir la cooperación.

Una vez sometido a tratamiento, apóyele entusiásticamente. Pero no piense que todo está vencido. Cabe la posibilidad de una recaída, de un bache. Esta circunstancia no debe desanimarla, no equivale a un fracaso definitivo. El debe percibir cuán peligrosa es la confianza excesiva. Ha de darse cuenta de que dejar de beber es para él muy difícil, pero que sigue contando con el apoyo de todos ustedes.

Las gentes que le rodean deben mantener invariables sus costumbres. Quiere ello decir que si en su casa hay otros miembros de la familia que tienen por costumbre el beber, han de seguir con sus hábitos. Su marido no ha de dejar de beber porque se implante la ley seca, sino porque llegue a concienciarse que él no puede beber.

No le persiga para olerle el aliento. No le sugiera que llegó tarde porque viene del bar. Si así fuera, no conseguirían nada. De estar equivocada, le haría mucho daño.

Ayúdele también a elaborar sus excusas cuando las circunstancias sociales le pongan en el brete. No se queda mal en una boda o en un vino de honor por no beber. Hay muchas personas que por una simple gastritis, por una insuficiencia hepática o simplemente porque no les gusta, prescinden del alcohol.

Durante años llevó usted el peso del hogar, todas las responsabilidades, incluso a veces tuvo que trabajar para subvenir a las necesidades de sus hijos. Piense que esto la dignifica, no se avergüence. Pero, con frecuencia, la tensión mantenida largo tiempo, al dejar de beber el marido y coger el relevo de las responsabilidades crea en la mujer una distensión que la aboca a la depresión, fruto del esfuerzo sostenido. Esté usted alerta contra este riesgo.

Antes de pasar a enumerar unas verdades absolutas que le servirán para redondear su conocimiento del problema, le recuerdo dos cosas:

La experiencia adquirida en la lucha por la abstinencia de su marido puede ayudar a otras personas. No escatime esfuerzos, no se guarde para si los conocimientos adquiridos. Ayude a quienes están en circunstancias similares a la suya y crea que su caso no es único. Hay muchos iguales o peores.

Y, por último, piense que, aunque toda la batalla emprendida no haya acabado con una victoria, comprensiva; sus esfuerzos han hecho de usted una persona más comprensiva; mejor, más ecuánime. De este equilibrio se han beneficiado también sus hijos.

Las verdades antes anunciadas son:

1. En nuestro país, el vino es mas barato que la leche.

2. En España hay aproximadamente de cuatro a cinco millones de alcohólicos.

3. El alcoholismo es una enfermedad que tiene cura, no un vicio.

4. Entendemos por alcohólico a quien perdió la libertad de abstenerse, enfermando física, psíquica o socialmente.

5. El concepto de alcohólico viene dado por los perjuicios que ocasiona individualmente, no por la frecuencia o cantidad bebida.

6. El alcohol no es un alimento natural; su consumo corresponde a los intereses creados.

7. Para los niños y las mujeres gestantes, el alcohol es un veneno.

8. Al alcoholismo se llega, bien sea bebiendo para aliviar tensiones insoportables para el sujeto, bien sea por el habito social de beber.

9. Para un ex-alcohólico, la abstinencia ha de ser completa y para siempre.

10. Cuando enferma un alcohólico, con él suele enfermar toda la familia

Art. copiado de Internet. Para ver más, ir a: http://www.eoinfor.com/alrex/cart-a.html

jueves, 14 de junio de 2007

El abuso de alcohol


El abuso de alcohol
Aunque el alcohol ha sido consumido durante toda la historia, en la cultura contemporánea el consumo social o recreativo de alcohol es cada vez más una realidad constitutiva e incluso, constituyente de la vida.
Y con el aumento del consumo surge una realidad compleja: mientras algunos consumen alcohol muy pocas veces en toda su vida, bastantes llegarán a ser consumidores de alcohol en contextos sociales o recreativos concretos, cada vez más hay otros que llegarán a abusar del consumo y, crecientemente, muchos de éstos, pueden incluso llegar a desarrollar una adicción al alcohol.
A Abuso de Alcohol.
En este contexto sociocultural, es importante llegar a distinguir entre consumo de alcohol y abuso de alcohol, y entender que, aunque el abuso esta relacionado con la dependencia, no significa lo mismo. Normalmente, al hablar de abuso nos referimos a un consumo de alcohol que tiene efectos perjudiciales para el consumidor. También es necesario considerar que la condición jurídica del alcohol (el hecho de que su consumo sea legal) no es necesariamente un indicador fiable de su potencial daño, y que el abuso alcohol no puede definirse sólo teniendo en cuenta la aprobación o desaprobación social que dicho consumo produce. Por ejemplo, puede no estar bien visto socialmente que un grupo de adolescentes se tome un par de cervezas durante un partido, sin embargo, está mucho más cerca del abuso aquel empresario que necesita tomar dos martinis durante la comida y varios más en casa por la noche, aunque este último comportamiento se pueda considerar socialmente como normal.
Por las propiedades bioquímicas del alcohol y por ser un lubricante social extendido, el consumo de esta sustancia puede derivar fácilmente en abuso para alguien que experimente dificultades emocionales y sociales. Esto no significa necesariamente que la persona sea dependiente del alcohol. Podría tratarse de un abuso de alcohol limitado en el tiempo y que puede desaparecer o no cuando esas dificultades se superan. El abuso de alcohol, por ejemplo, se puede dar durante la fase de integración social en la adolescencia, o como un medio para atravesar los difíciles desafíos que a menudo significa crecer. Ejemplos de esto se ven a menudo en los campus o centros de estudios, donde las maneras de beber de los estudiantes podrían ser consideradas como alcoholismo y sin embargo una vez que los estudiantes abandonan dicha etapa de sus vidas, muchos de ellos pueden dejar de consumir alcohol totalmente o reducir su consumo de alcohol considerablemente y sin ninguna dificultad. Sin embargo, otros tantos, pueden incrementar su consumo y llegar a ser personas alcohólicas.
Así entonces, se puede afirmar que en general los bebedores que tienen un diagnóstico de únicamente abuso alcohol, pueden ser ayudados con una intervención corta, que normalmente implica la educación sobre los peligros de las borracheras y de las intoxicaciones por alcohol, mientras que los bebedores que han desarrollado dependencia del alcohol requieren generalmente ayuda externa para dejar de beber, que incluye desintoxicación, tratamiento médico y psicoterapia.
El abuso de alcohol, por tanto, es diferente de la dependencia de alcohol. Al no ser adictos, los que abusan del alcohol mantienen el control sobre su comportamiento y pueden cambiar su forma de beber como consecuencia de explicaciones y advertencias. Sin embargo, aunque los que abusan del consumo de alcohol no necesariamente dependen físicamente del alcohol, su abuso conlleva problemas como la incapacidad para entender los riesgos, o la ausencia de interés en los daños que el abuso de alcohol puede causar al consumidor o a otros. Por otro lado, el problema reside en que el abuso de alcohol conduce frecuentemente a la dependencia del alcohol.
En definitiva, el abuso de alcohol puede definirse como un consumo inadecuado (improcedente) de alcohol que conlleva un deterioro o daño para la salud, y que se manifiesta, si durante un periodo de un año se dan uno o varios de los siguientes factores:
• Beber en situaciones peligrosas (por ejemplo cuando se conduce o va a conducir).
• Beber frecuente y excesivamente.
• Tener dificultades interpersonales, con la familia, los amigos o los compañeros de trabajo por causa del alcohol.
• Tener problemas legales relacionados con la ingesta de alcohol.

El abuso de alcohol se da, por tanto, cuando se continua bebiendo en grandes cantidades a pesar de que este consumo de alcohol haya causado algún perjuicio, o esté causando daño o problemas al consumidor, su familia o su entorno. Entre los daños que el abuso de alcohol causa, están:
• Cirrosis u otras patologías relacionadas con el consumo de alcohol, como daños en el páncreas, cáncer, problemas de corazón o problemas sexuales. En general, cuanto más se bebe, más grande es el riesgo.
• Borracheras frecuentes. Estas pueden causar ausencias del trabajo, o un comportamiento “antisocial” cuando se bebe. Y aquí hay que señalar que no todos los que tienen problemas con el consumo de alcohol llegan a emborracharse. Mucha gente que tiene problemas de salud asociados al abuso de alcohol, como cirrosis, bebe cantidades pequeñas de alcohol frecuentemente, pero no se emborracha.
• Gastar más dinero del que se puede en alcohol.

Que es el alcoholismo

DEFINICIÓN DE ALCOHOLISMO O SÍNDROME DE DEPENDENCIA DEL ALCOHOL SEGÚN LA O.M.S
SINDROME DE DEPENDENCIA DEL ALCOHOL
LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD que tiene catalogada la ENFERMEDAD ALCOHÓLICA en el epígrafe 303 del glosario de enfermedades, entre las NO TRANSMISIBLES, ha sustituido el termino ALCOHOLISMO por el de SÍNDROME DE DEPENDENCIA DEL ALCOHOL, en la novena revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades y lo define como
..."un estado de cambio en el comportamiento de un individuo, que incluye, además de una alteración que se manifiesta por el consumo franco de bebidas alcohólicas una continuidad de este consumo de manera no aprobada en su ambiente socio-cultural, a pesar de las dolorosas consecuencias directas que puede sufrir como enfermedades físicas, rechazo por parte de la familia, perjuicios económicos, y sanciones penales... un estado de alteración subjetiva, en el que se deteriora el dominio de la persona dependiente, sobre su forma de beber, existe la urgencia de ingerir alcohol y se pone de manifiesto una IMPORTANCIA FUNDAMENTAL DEL ALCOHOL, en que el planteamiento de las ocasiones de beber, puede tener preferencia sobre resto de sus actividades. Además de estos cambios, se observa un estado de alteración psicobiológica, con signos y síntomas a la privación del alcohol. Ingestión de bebidas alcohólicas para lograr su alivio y aumento de la tolerancia..."
Informe del Comité de expertos de la OMS en la Serie de Informes técnicos núm. 650 ORGANIZACIÓN MUDIAL DE LA SALUD. GINEBRA 1.980
Alcoholicos Rehabilitados
CARTILLA DEL ALCOHÓLICO

Dr. RAFAEL LLOPIS PARET
El alcoholismo es una enfermedad
Es muy frecuente que los alcohólicos que vienen a la consulta nieguen serlo. A veces, su familia está destrozada, han perdido el trabajo, presentan mil trastornos (náuseas, temblores, falta de apetito, etc.) por culpa del alcohol y, a pesar de todo, niegan ser alcohólicos.
¿Por que no aceptan la palabra alcohólico? ¿Que pasa con esta palabra?
En primer lugar, pasa que tiene una gran carga emocional. La palabra alcohólico es casi un insulto. Y a nadie le gusta que le insulten. ¡Demasiado sabe el alcohólico que lo que a el le pasa es que bebe en demasía! Pero si en cima viene alguien y le suelta la palabreja en cuestión, el alcohólico reacciona generalmente de mala manera. Y es que el alcohólico se siente culpable por serlo y, al decirle que lo es, lo que hacemos es hurgar en su herida, hacerle daño. Y, claro, el reacciona con una violencia proporcional a su dolor.
Pero, sin embargo, hay que decírselo, porque es menester llamar a las cosas por su nombre, Al alcohólico hay que decirle que lo es. Pero, al mismo tiempo, hay que hacerle ver que el no tiene la culpa y que no debe sentir vergüenza alguna.
¿Por que?
Pues porque el alcoholismo no es una cuestión moral. El alcohólico no es un canalla ni un mal hombre. El alcohólico es un enfermo. El alcoholismo es una enfermedad.
Se me dirá que el alcohólico no trabaja, que pega a su mujer, que se vuelve brutal y egoísta, que se destroza a sí mismo y a los suyos, y que quien hace eso es porque es un sinvergüenza. Pero las cosas no son tan sencillas. Todo eso que hace el alcohólico (y más) no lo hace el libremente. Todo eso es consecuencia delalcoholismo. Muchas personas que padecen otras enfermedades también se vuelven brutales y dejan de trabajar y destrozan su vida. Pero comprendemos que son enfermos y que no actúan libremente. ¿Acaso diríamos que un tuberculoso es un sinvergüenza? A ver que les parecen estas frases, puestas en la boca de la esposa de un tuberculoso:
Mire usted, doctor, esto ya no hay quien lo aguante. Ya ni trabaja, se pasa el día en la cama, estamos en la miseria. En cuanto lo dejo solo, se me pone a escupir sangre el muy sinvergüenza. ¡Y a pesar de que sabe que me hace sufrir, no para de toser!
Les parecen absurdas, ¿verdad? Está clarísimo que el tuberculoso es un enfermo y no tiene la culpa de toser. ¿Que más quisiera el que poder no toser?
Pues bien, yo afirmo: en el fondo de su alma, a pesar de todo lo que diga «de boquilla», el alcohólico anhela poder dejar de beber. !Que más quisiera el!. ¡Que más quisiera que reintegrarse a la sociedad! ¡Que más quisiera que el respeto y el cariño de su familia!
En qué consiste ser alcohólico
Aparte de la carga emocional de la palabra alcoholismo, hay una gran falta de información sobre lo que es dicha enfermedad. Los alcohólicos, avergonzados, se niegan a que les cuelguen la etiqueta humillante y siempre encuentran razones para demostrar que ellos no son lo que se les dice:
¿Alcohólico yo? ¡Si no me he emborrachado en mi vida!
¿Alcohólico yo? ¡Si lo fuese, no podría desempeñar un cargo de responsabilidad como el mío!
¿Alcohólico yo? ¡Estuve un mes en el sanatorio y no eche de menos la bebida!.
E incluso:.
¿Alcohólico mi hijo? ¡Si bebe lo normal!
Hasta el alcohólico hundido, destrozado, vagabundo, pordiosero, conoce a otros que están aún peor que el:
Esos sí que son alcohólicos! Yo no. A mí sólo me gusta tomar unas copitas...
¿Que es, pues, ser alcohólico?
¿Es tener náuseas y temblores, estar enfermo del hígado, faltar al trabajo y pelear con la esposa? No. Estas son consecuencias del alcoholismo, pero no el alcoholismo en si.
Entonces ¿que es ser alcohólico? ¿Es beber alcohol? ¿Es beber demasiado alcohol? ¿Es emborracharse?
Efectivamente, el alcohólico bebe alcohol, suele beber demasiado alcohol y a menudo se emborracha. Pero hay personas que beben alcohol, que beben mucho alcohol y hasta que se embriagan a menudo y no son alcohólicas. Lo característico del alcohólico es que no se puede quitar de beber o, como decimos nosotros, que ha perdido la libertad de poderse abstener del alcohol.
¿Que quiere decir esto? Veámoslo.
Una persona que no sea alcohólica tiene libertad para beber o para no beber. Una persona normal domina al alcohol y nunca pierde las riendas de el. Sí se tercia, bebe; si no se tercia, no bebe. Bebe cuando su voluntad le permite beber, cuando su conocimiento se lo autoriza.
En cambio, el alcohólico ha perdido las riendas del alcohol. Ya no es él quien manda, sino el tóxico. El alcohólico -aunque a menudo trate de engañarse a sí mismo- sabe que debería dejar de beber, pero no puede. Aunque comprende que le hace daño, está prisionero en el mundillo del alcohol y es impotente para salir.
Naturalmente, el alcohólico suele tratar de engañarse a sí mismo y lo consigue con bastante frecuencia:
-¿Quién dice que yo no puedo dejar de beber? ¡Yo dejo de beber en cuanto quiera! Lo que pasa es que no veo ninguna razón para dejarlo.
Se hace así ilusiones de que él bebe porque quiere cuando, en realidad, bebe porque no puede evitarlo- y acalla la voz de su conciencia que le dice:
-Eres un esclavo.
Para que se entienda bien lo que es un alcohólico, voy a poner un ejemplo muy fácil. El alcohólico es al alcohol lo que el fumador es al tabaco.
También el fumador ha perdido la libertad de no fumar. También el fumador fuma obligado por su propio deseo invencible. Tampoco el fumador puede vivir sin tabaco.
Entonces, ¿por qué el fumador no se avergüenza de serlo? ¿Por qué la palabra fumador no suena a insulto?
La diferencia radica en la índole de las complicaciones. El tabaco también tiene complicaciones graves: puede favorecer el cáncer y el infarto de miocardio. Pero el tabaco nunca degrada moralmente a la persona, nunca la humilla, nunca la destroza socialmente. El fumador puede morir por culpa del tabaco. Pero muere siendo un hombre. El alcohólico, en cambio, antes de morir, pierde la moral, se degenera, se convierte en un ser odiado hasta por sus hijos. Y cuando muere al fin, no es un hombre, sino una piltrafa humana.
Cómo se hace uno alcohólico
Hay dos grandes grupos de alcohólicos, en cuanto al origen de su enfermedad.
Los primeros son personas atormentadas, angustiadas o deprimidas o personas que han sufrido graves penalidades o disgustos en la vida. Estas personas observan que, cuando beben, el alcohol les da alegría y se olvidan de sus problemas. Y, por lo tanto, cada vez recurren a él con más frecuencia para buscar alivio. Hasta que por fin llega un momento en que, sin saber bien cómo, ya no se pueden pasar sin alcohol.
Los segundos, en cambio, no han empezado a beber porque tuvieran problemas, sino, sencillamente porque todo el mundo bebe. Desgraciadamente es muy frecuente en nuestra patria que den vino (o quina) a lo niños, los cuales se acostumbran a beber alcohol desde la infancia y luego no pueden dejarlo nunca. Otros empiezan a beber en la adolescencia. Son jóvenes normales, sin problemas, que beben por alternar con amigos o compañeros. Poco a poco van bebiendo hasta que llega un momento en que no pueden prescindir del alcohol. En España, donde se consume una cantidad terrible de alcohol en todas partes y a todas horas, la mayor parte de los alcohólicos pertenecen a este grupo.
En otras palabras, los primeros dependen psíquicamente del alcohol. Los segundos tienen un tipo de dependencia física. Pero, con el tiempo, los dos tipos de alcohólicos acaban por depender a la vez psíquica y físicamente del alcohol.
Me explicare:
La persona atormentada que bebe para aliviarse, lo hace por motivos psicológicos. Por eso decimos que su dependencia del alcohol es de tipo psíquico.
Pero un detalle que se olvida muy a menudo es que el alcohol es un tóxico que produce hábito. En términos médicos, la palabra hábito tiene un sentido algo distinto del corriente. Nosotros, cuando decimos que un tóxico produce hábito, queremos decirque entra a formar parte de una serie de ciclos metabólicos del organismo y que llega un momento en que éste lo necesita para poder funcionar.
Es lo mismo que sucede, por ejemplo, con la morfina. Si empezamos a poner morfina a un sujeto normalisimo, llega un momento en que éste la necesita porque se la pide el cuerpo y, si le falta la droga, se encuentra físicamente mal. Con el alcohol pasa igual. El joven normal que bebe porque el único sitio que hay donde alternar es el bar, acaba por introducir el alcohol en su metabolismo. El alcohol se convierte en un ingrediente necesario para su vida orgánica. Y, cuando le falta, se encuentra mal, tiene temblores y náuseas y se ve obligado a beber de nuevo para volver a su estado normal.
Pero, como es natural, esta necesidad física se refleja en sus deseos psíquicos y por eso digo que la dependencia física del alcohol acaba por dar lugar también a la dependencia psíquica.
Y al contrario, el que bebe por alegrarse también acaba por habituar su organismo al alcohol y, por lo tanto, a necesitarlo físicamente.
Ahora se ve con toda claridad que el alcohólico no es un sinvergüenza, sino un enfermo.
Tipos de alcohólicos
En líneas generales, así como hay dos caminos que conducen al alcoholismo, hay también dos tipos de alcohólicos. Pero como, al final, los dos caminos se encuentran, hay un tercer tipo de alcohólicos que es la síntesis de los dos anteriores y que constituyen el único grado de alcoholismo.
El alcohólico del primer grupo es el que empieza a beber por motivos psicológicos personales. Este sujeto no necesita beber todos los días y, naturalmente, cuando le decimos que es alcohólico, pone el grito en el cielo y dice que él no lo es porque se puede pasar días y días sin beber. Esto es cierto. Pero también lo es que hay determinados días en que se ve impulsado a beber aunque no quiera. Este tipo de alcohólico suele ser un alcohólico intermitente o periódico, que habitualmente no bebe, pero que, en cuanto se toma una o dos copas, se descontrola y no puede dejar de beber hasta llegar a la embriaguez completa. A menudo empalma una borrachera con otra y se pasa así unos pocos días, al cabo de los cuales se encuentra al fin «descargado» de sus angustias, deja de beber y reanuda su vida normal.
Este alcohólico intermitente tarda mucho en alcoholizarse.
Tengo que señalar aquí que no es lo mismo ser alcohólico que estar alcoholizado. Ser alcohólico es sentir (siempre o de vez en cuando) una apetencia irreprimible por el alcohol. Estar alcoholizado es sufrir una serie de daños a consecuencia del exceso de alcohol ingerido.
El alcohólico intermitente, como he dicho, tarda en alcoholizarse. Cierto es que coge unas borracheras terribles, pero también es cierto que luego se pasa días y días sin catar una gota de alcohol, gracias a lo cual su organismo se limpia, se depura y se mantiene en buena forma. En cambio, lo corriente es que este tipo de alcohólico sufra graves complicaciones sociales: que deje el trabajo o que lo echen, que cometa robos, crímenes u otros delitos y que, por tanto, acabe en la cárcel.
El alcohólico del segundo grupo es el que empieza a beber por alternar. Este sujeto no se suele emborrachar nunca o casi nunca. M beber todos los días desde niño o desde joven, su organismo se acostumbra al alcohol y lo necesita, pero, al mismo tiempo, lo aguanta aún en grandes cantidades. Cuando decimos a estos enfermos que son alcohólicos, también ponen, como los anteriores, el grito en el cielo, diciendo que no es posible que ellos sean alcohólicos, porque nunca se han emborrachado. Pero también es cierto que ni un solo día de su vida pueden dejar de beber alcohol.
Se me dirá que, según eso, en España hay infinidad de alcohólicos. Y yo responderé que, en efecto, así es. En España, por desgracia, hay infinidad de alcohólicos. Y, como he dicho, es éste el tipo de alcohólico que más abunda.
El alcohólico que bebe a diario y no se emborracha, se alcoholiza pronto. No tarda en encontrarse mal cuando le falta el tóxico, en tener por las mañanas temblores y náuseas que se calman cuando bebe alcohol. Y, con el tiempo, acaba por tener graves lesiones de hígado, impotencia sexual y celos patológicos. Estos enfermos no suelen acabar en la cárcel, como los anteriores, sino en el hospital o en el manicomio.
Ahora bien, como he dicho, los dos tipos descritos convergen en un tercer tipo. El alcohólico que no bebe nunca, pero que cuando bebe se embriaga, acaba por irse embriagando cada vez más a menudo. El que no se embriaga, pero bebe a diario empieza a embriagarse y a embriagarse cada vez más. Y al final, ambos tipos confluyen en un tercer tipo: el alcohólico que
bebe todos los días y que se embriaga todos los días. Este es el último grado del alcoholismo y en él se da toda clase de complicaciones a la vez.
Pero hay un detalle muy importante que quiero señalar aquí: una vez que una persona se hace alcohólica -cualquiera que sea el camino que haya seguido- ya ha traspasado una frontera invisible. Ya es alcohólica, ya ha perdido la libertad de beber o no beber. Ya ha perdido las riendas del alcohol. Ya está esclavizada por éste.
Por muy distintos que sean sus motivos o sus circunstancias, todos los enfermos tienen en común su enfermedad: todos son alcohólicos.
Complicaciones del alcoholismo
Nosotros dividimos las complicaciones del alcoholismo en tres grandes grupos: mentales, corporales y sociales.
Entre las complicaciones mentales, la más frecuente es la paranoia de celos. Al principio, lo enfermos empiezan a pensar, sólo cuando están bebidos, que su mujer les engaña. Luego, poco a poco, aún sin estar bebido, el enfermo se muestra celoso de todo el mundo, a veces hasta de sus hijos. Por fin el enfermo acaba convencido de que su mujer le engaña con uno o con varios- y, desde este momento, se le debe considerar como un enfermo mental y además como un enfermo mental peligroso, porque no es raro que atente contra la vida de su esposa.
Tiene mucho interés destacar que los enfermos con celos suelen «dar la vuelta» a la causa y al efecto y explicar que beben para olvidar que su mujer les engaña, cuando lo que sucede es precisamente todo lo contrario: creen que su mujer les engaña porque el alcohol les ha afectado el cerebro.
Pero, además de los celos, el alcohol puede producir toda clase de enfermedades mentales. De ellas, las más características son la alucinosis alcohólica y el delirium tremens.
En las alucinosis, los enfermos oyen voces terribles que los insultan o amenazan. En el delirio, ven monstruos, animales y seres terroríficos. El delirium tremens es como una pesadilla horrible, pero vivida en la realidad, es decir, estando el enfermo despierto. Es, a la vez, una grave enfermedad corporal y hay muchos enfermos que mueren a causa del delirium tremens. En algunas regiones españolas, el «delirium tremens» se ha convertido en una causa muy frecuente de muerte.
Por último, el alcohol acaba por destruir la menta de los enfermos, los cuales pierden su inteligencia y quedan como idiotas, reducidos a una vida vegetativa.
Las complicaciones mentales, en realidad, forman un caso particular de las complicaciones corporales, ya que el cerebro es un órgano como otro cualquiera. Nosotros hemos comprobado que las complicaciones mentales y corporales suelen darse juntas y se deben a la alcoholización, es decir, al efecto del alcohol sobre el organismo.
Otras complicaciones corporales, que también afectan al cerebro, son las hemorragias, los ataques epilépticos, etc., etc. El cerebro es uno de los órganos que más sufren a consecuencia del alcohol.
Pero el alcohol también ataca el resto del organismo. En el hígado produce primero trastornos biliares y acaba por determinar una cirrosis hepática, enfermedad que, una vez declarada, suele ser gravísima y a menudo mortal. En el estómago produce una gastritis, que tiene la culpa de que el enfermo alcohólico pierda el apetito por completo. También produce neuritis con dolores, calambres y, a veces, hasta parálisis.
Otro órgano muy atacado por el alcohol es el aparato genital. El alcohol se fija en los testículos y actúa, como todos los tóxicos, produciendo primero una excitación y luego una depresión funcionales. Durante largo tiempo, el alcohólico es un hombre muy excitable sexualmente que hace el coito una o varias veces al día hasta que, de repente por regla general, se vuelve impotente. Esta impotencia suele desaparecer cuando el enfermo deja de beber, pero si no lo hace, se vuelve definitiva, porque se produce una atrofia de los testículos.
En general, puede decirse que no hay órgano al que no ataque el alcohol.
Las complicaciones sociales dependen no sólo del alcohol ingerido, sino también de la forma de beberlo, de la personalidad anterior del alcohólico y de su situación social. Las más frecuentes son las riñas con la familia y los trastornos en la esfera del trabajo.
En general la esposa no soporta al marido embriagado, que además quiere hacer uso del matrimonio a todas horas. Esto da origen a disputas agrias, a las que se añaden los celos de él y los reproches de ella por el poco dinero que entrega para la casa. Es frecuente que el hogar del alcohólico acabe dividido y, a veces, separado totalmente y que el enfermo acabe por granjearse incluso el odio de sus hijos.
En el trabajo, es corriente que el enfermo falte los lunes, porque está con resaca, y que en el centro donde trabaja le llamen la atención varias veces y terminen por echarle al fin. Otras veces es el propio enfermo el que abandona su puesto de trabajo para evitar la reprimenda de sus jefes. El caso es que, con mucha frecuencia, el alcohólico termina sin trabajo o desempeñando puestos inferiores a su categoría. Pronto asoman la miseria, el hambre y, a veces, los hurtos, la policía y la cárcel.
Otra complicación social frecuente es la riña. Hay alcohólicos que se vuelven pendencieros e inmorales y suelen también acabar en comisarías, juicios de faltas y cárcel.
Pero las complicaciones sociales también están muy unidas a las mentales y a las corporales. En realidad, tanto unas como otras no son más que facetas distintas de un mismo problema: el que plantea el hombre dominado por el alcohol.
¿Se cura el alcoholismo?
Hasta aquí he hablado de lo que es la enfermedad alcoholismo y de sus inevitables complicaciones. Pero la medicina tiene una finalidad última: curar. Si el alcoholismo es una enfermedad, debe caer en la jurisdicción del médico. El alcohólico no es una canalla, sino un enfermo y, por tanto, es al médico al que le toca tratar con él.
Pero, ¿se puede curar un alcohólico?
Si y no.
Veamos qué quiere decir esto.
Yo siempre pongo a los enfermos un ejemplo: el del miope. Veamos el ejemplo del miope.
Imaginemos a un hombre que ve mal y que, a consecuencia de ello, sufre dolores de cabeza y mareos. Un día va al oculista y éste descubre que 10 que tiene es miopía. Le receta unas gafas, el enfermo las empieza a usar y desde entonces ve bien y no vuelve a tener dolores de cabeza ni mareos. Pues bien, este enfermo ¿está curado o no?
-Hombre, si ve bien y se encuentra bien, sí que está curado -se me puede decir.
Y efectivamente lo está. Pero hay un pequeño detalle que quiero subrayar: que tiene que usar gafas, que, si se las quita, vuelve a encontrarse mal. Luego, en un sentido, ni se ha curado ni se va a curar. Pero si ve bien y se encuentra bien, si se acostumbra a llevar gafas hasta el punto de que éstas no ¡e molesten en absoluto, ¿qué más da que esté totalmente curado?
Lo mismo pasa con el alcohólico. El alcohólico se cura porque se repone física v mentalmente, porque se pone fuerte y come bien, porque no le duele nada, porque se lleva bien con su familia y con la sociedad, porque recupera la situación y la estima que había perdido, etc. En una palabra, el alcohólico se cura por completo de las complicaciones del alcoholismo y vuelve a ser un hombre feliz.
Pero, por otra parte, el que ha cruzado las fronteras invisibles del alcoholismo, el que -por un camino o por otro- ha llegado a ser alcohólico, lo será durante toda su vida. En este sentido, el alcoholismo no se cura jamás. El alcohólico, como el miope, tiene que llevar siempre puestas unas gafas: en el caso del alcohólico, tales «gafas» consisten en no beber una gota de alcohol.
De este modo, el alcohólico será un alcohólico que no bebe (como el miope será un miope que ve bien), será un alcohólico que se acostumbrará a no beber y no echará de menos el alcohol (como el miope se acostumbra a llevar gafas y se olvida de que las lleva).
El alcoholismo, pues, vivirá aletargado en el alcohólico y no dará ninguna señal de vida. Pero, en el momento en que vuelva a probar una gota de alcohol, el demonio del alcoholismo despertará en su interior y (como le sucedería al miope si perdiera las gafas) volverá a producir las mismas complicaciones que antes -los mismos temblores, los mismos celos, las mismas riñas-, porque el alcoholismo propiamente dicho no se cura jamás.
Del mismo modo, sí el fumador que se ha retirado del tabaco vuelve un día a aceptar un cigarrillo, está condenado de nuevo a volver a fumar. Del mismo modo, el fumador que se retira del tabaco siempre será fumador -eso sí-, pero un fumador que no fuma.
Pues bien, la misión del médico, en cuanto al alcoholismo, es convertir alcohólico que bebe en un alcohólico que no bebe.
¿Qué hace falta para curarse?
Para curarse del alcoholismo, lo único que hace falta es dejar de beber alcohol.
Pero, claro, como el alcoholismo consiste precisamente en no poder dejar de beber alcohol, resulta que para poderse curar es menester estar curado ya. De modo que, dicho así el remedio de esta enfermedad es no tenerla, lo cual es absurdo. Pero yo voy ahora a intentar aclarar este galimatías para que se vea que esta solución no sólo no es absurda, sino que es la única posible.
El que realmente no puede salir del circulo vicioso de la enfermedad es el propio alcohólico abandonado a sí mismo. Para que el alcohólico dejase de beber por su propio esfuerzo haría falta que no fuese alcohólico (o que tuviese una enorme fuerza de voluntad, lo que viene a ser casi lo mismo). Pero desde el momento en que el alcohólico reconoce que él es un enfermo y acude al médico, ya interviene un nuevo factor: el propio médico, cuya primera obligación es precisamente romper ese círculo vicioso. Lo que el alcohólico no puede hacer por sí sólo, sí es capaz de hacerlo con ayuda de un tratamiento adecuado.
Analicemos ahora los elementos y las actitudes necesarios para combatir el alcoholismo.
Lo primero y lo más importante que tiene que poner el enfermo de su parte es su deseo consciente de curarse.
Es frecuente en la consulta que acudan enfermos alcohólicos que echan la culpa de sus males a todo menos al alcohol. Si tienen vómitos por la mañana es porque fuman demasiado, sí comen poco es porque han sido de poco comer, si se llevan mal con su esposa es porque ésta es insoportable, si les echan del trabajo es porque los tiempos están muy mal, si les duelen las piernas es porque tienen reúma, si les tiemblan las manos es porque están intimidados por la presencia del médico. A] decirles que todos esos síntomas que refieren son debidos al alcohol, contestan categóricamente que no, porque ellos beben «lo normal» y lo han bebido desde niños y nunca les han pasado estas cosas hasta hace dos años. No comprenden, o no quieren comprender, que, a fuerza de ir a la fuente, llega un momento en que el cántaro se rompe.
-Pero bueno, vamos a ver -suelo decir a estos enfermos-, ¿usted a que ha venido a la consulta?
-Yo -responden-, porque se ha empeñado mi mujer. Pero a mí no me pasa nada.
Estos son los enfermos que no se curan. Lo primero que hace falta para curarse es desearlo conscientemente. Para ello es preciso reconocerse enfermo y ser plenamente sincero. A estos enfermos que vienen a consulta «obligados por su mujer», les digo:
-Si usted no se considera enfermo, no tiene por qué venir al médico. Váyase y vuelva cuando usted, sin que nadie le obligue, decida que quiere curarse.
He aquí, en cambio, lo que dice el enfermo que se cura:
-Mire usted, a mi todo lo que me pasa es por culpa del vino. Yo sé que me tengo que quitar de beber, pero no tengo fuerza de voluntad para ello.
Este es el enfermo que se cura porque es lo bastante sincero para reconocer su enfermedad sin engañarse a si mismo. En un palabra, se cura porque se quiere curar. El no tener fuerza de voluntad no es un obstáculo. Cuando viene un enfermo alcohólico a mi consulta, ya sé que no tiene fuerza de voluntad y cuento con ello. Porque en esa falta de voluntad es precisamente donde radica su enfermedad. Sí la tuviera, no sería un alcohólico o no habría venido a la consulta, porque se habría quitado él solo de beber.
La fuerza de voluntad y el conocimiento
Yo suelo comparar la fuerza de voluntad a la fuerza muscular.
Supongamos que hay que subir a lo alto de una montaña (la montaña simboliza el dejar de beber). Imaginemos que la montaña tiene, por uno de sus lados, un enorme precipicio cortado a pico. Querer dejar de beber sólo a base de fuerza de voluntad es como querer subir a pulso por el precipicio a la cima de la montaña.
¿Es posible? No. Quizá lo consiga uno de cada mil, de cada diez mil o de cada cien mil. Pero, para hacerlo, es menester ser un atleta extraordinario. Casi todos los que lo intenten van a fracasar y, lo que es peor, se van a estrellar en el fondo del abismo.
Pues bien, siguiendo con el ejemplo, la misión del médico es reconocer sendas y pasos no muy empinados, que den vueltas y revueltas, que sean a veces largos, pero que conduzcan a la cima sin grandes peligros ni fatigas. Ya que el enfermo alcohólico carece de la fuerza necesaria para subir a pulso la montaña por su cara más difícil, lo que debe hacer es ponerse en manos de un guía que le enseñe el camino mejor para alcanzar la cumbre. este camino es largo y, en algunos momentos, va a ser duro. Surgirán rocas o pasos difíciles que exigirán un esfuerzo muscular, pero no es lo mismo tener que recurrir de ver en cuando a la fuerza que confiar única y exclusivamente en ella.
Los médicos somos eminentemente prácticos. De lo que se trata aquí no es de hacer una heroicidad, sino de conseguir un objetivo con las mayores garantías posibles. Los cementerios están llenos de héroes. La misión del médico es salvar vidas. A nosotros no nos interesa que el enfermo se enorgullezca de haber hecho lo más difícil, sino que se cure.
Tres puntos que hay que saber
Así, pues, en vez de fuerza de voluntad hace falta conocimiento.
El conocimiento empieza por saber que el alcohol es dañino. Pero esto ya lo suele saber el alcohólico, porque lo ha experimentado en su propia carne. Lo que él desea es que le aclaremos el camino para apartarse de él.
Es muy frecuente que el alcohólico crea que, gracias a un tratamiento médico. va a ser capaz de poder beber moderadamente. Casi todos los alcohólicos desean seguir bebiendo, pero sin exceso. Y es necesario desengañarles desde un principio. La experiencia médica demuestra que un alcohólico es incapaz de beber moderadamente. Con una gran fuerza de voluntad, podrá aguantar unos pocos días, una semana, un mes, bebiendo moderadamente. Pero el camino vertical de la fuerza de voluntad conduce a la caída en el abismo Al cabo de días o de semanas de beber moderadamente, el alcohólico vuelve a beber en exceso, como antes, pero además carga con un nuevo fracaso que lo desmoraliza aún más.
Por lo tanto, ya tenemos un punto bien señalado: el alcohólico ha de saber que el único camino es dejar de beber del todo.
Otros enfermos, aún convencidos de esto, pretenden quitarse de beber poco a poco. Engaños del alcohol otra vez! Este «poco a poco» que parece tan fácil es, en realidad, mucho más difícil: es imposible. El enfermo ignorante que emprende esta vía (también a base de fuerza de voluntad) se agota en su lucha cotidiana contra el hábito de beber. Cada día bebe, en efecto, un poquito menos que el anterior, hasta que, agotado por el terrible esfuerzo de subir a pulso sus músculos ceden y cae al abismo: en este caso a desquitarse, mediante una borrachera fenomenal, de las angustias de lucha pasada. Y peor aún: confirma así su cómoda teoría de que él es incapaz de abandonar el alcohol y justifica así el seguir bebiendo.
Por lo tanto, ya tenemos señalado el segundo punto: el alcohólico debe saber que el único camino es dejar de beber de repente.
Por último, hay algunos enfermos que, sabiendo que han de dejar el alcohol del todo y de repente, abrigan la esperanza de curarse algún día y poder volver a beber con moderación en el porvenir. Pero ahora viene otra vez mi anterior ejemplo de las gafas. El alcoholismo propiamente dicho -la pérdida del control sobre la bebida- no se cura nunca. Queda, como si dijéramos, aletargado. Pero, en el momento en que el enfermo vuelva a probar una gota de alcohol, el demonio del alcoholismo se despierta. Es como sí el miope, notando que ve bien, se creyera curado y tirará sus gafas. Se encontraría con la desagradable sorpresa de que sigue siendo miope. Lo mismo sucede a los alcohólicos cuando, después de varios años sin beber, vuelven a tomar una copa, un chato o una caña. Pronto tienen ocasión de comprobar, con mucho dolor en general, que siguen siendo igual de. alcohólicos que antes.
Esta penosa comprobación puede ser rápida o lenta. A veces, el alcohólico que bebe después de una temporada de abstinencia siente pronto tal ansia de alcohol que, inmediatamente después de la primera copa, sigue bebiendo hasta la embriaguez total. Pero lo corriente es que la recaída sea más solapada. Después de una temporada de no beber, el alcohólico, un día, creyéndose curado o pensando que la cosa no tiene importancia, se toma una caña de cerveza. Naturalmente, no le sucede nada de particular y se va a su casa convencido de que, de vez en cuando, se puede tomar una cerveza. Pronto se vuelve a presentar la ocasión, y cada vez lo hace con mayor frecuencia. Y poco a poco, el alcohólico retorna a sus viejos hábitos como si el tiempo no hubiera transcurrido.
Y éste es el tercer punto que ha de saber el alcohólico: es menester dejar el alcohol para siempre.
Para curarse, el alcohólico debe dejar de beber del todo de repente y para siempre.
Si el enfermo se desengaña a estos tres respectos, o sea, si sabe el modo de dejar de beber, lleva ganada la mitad del camino. Pero la otra mitad es dura: ¿cómo cortar del todo y de repente con el alcohol?